En los años sesenta del pasado siglo en una pequeña aldea de la meseta castellana vivía Abilio, un joven zagal que desde la niñez cuidaba un rebaño de ovejas junto a su padre, no tuvo ocasión de ir a la escuela, pero conocía a la perfección el trabajo con los animales.
Su
padre falleció cuando contaba doce años y tuvo que hacerse cargo del pequeño
rebaño que le permitía vivir
modestamente a él y a su madre en una pequeña y desvencijada casa en las
afueras del pueblo.
Cuando le notificaron del ayuntamiento que tenía que hacer el servicio militar fue un mazazo terrible ante el panorama que se le presentaba con su madre enferma y sin otros recursos que las pocas ovejas que cuidaba. Pero gracias a un escrito que envió el alcalde a las autoridades competentes se libró por ser hijo de viuda.
Pasaban los años y cada mañana al amanecer la vida de Abilio consistía en llevar a sus ovejas a buscar los mejores pastos de la zona, acomodándose en algún lugar donde vigilaba el rebaño junto a su perro. Al morir su madre se encontraba con mucha soledad y no paraba de pensar como conseguir una vida como la de los otros jóvenes del pueblo que iban los fines de semana al pueblo vecino a divertirse en el café y al baile al anochecer.
Unos años después con mucho sacrificio, había conseguido un rebaño respetable que le permitió contratar a un vecino todos los sábados para cuidar el rebaño y así poder ir con otros vecinos al pueblo de al lado, allí comenzó a relacionarse con otros jóvenes de su edad y asistir al baile animado por un músico que tocaba los fines de semana con su acordeón los bailes pachangueros mas famosos de aquellos años.
En
el baile conoció a Carmen una vecina del lugar con la que después de un
noviazgo corto se casaron, tuvieron dos hijos que a diferencia de su padre
pudieron asistir a la escuela, además de ayudar con el ganado. No había
cumplido los sesenta cuando dejó a cargo
de sus hijos las ovejas y la fabricación de los quesos, dedicándose junto a su
mujer a cumplir su deseo de recorrer con su Renault 4 los lugares mas bonitos
de las regiones cercanas.
El relato es hermoso, ojalá sus hijos mantengan la empresa quesera y que sus nietos no se la carguen como suele ocurrir. Un abrazo
ResponderEliminarBueno, es la imagen del progreso partiendo de aquellos años.
ResponderEliminarpodi-.
Y con un Renault 4! Para qué otro modelo si sus aspiraciones eran modestas? Bien por él, un abrazo Matías!
ResponderEliminarUna gran historia. Un beso
ResponderEliminarQue el progreso futuro siga cuidando de esa hermosura.
ResponderEliminarHermoso relato Matías.
Feliz tarde.
¡Por lo menos puede disfrutar de la jubilación!
ResponderEliminarLa profesión de pastor es también muy sacrificada.
Salu2.
Es una bello relato.
ResponderEliminarUn placer leerlo.
Un abrazo.
Un sencillo y bonito relato, que muy bien podría haber sucedido.
ResponderEliminarUn abrazo.
Todo un bello ejemplo de vida, amigo... Bella evocación de otros tiempos.
ResponderEliminarUn abrazo.
Bella historia de una persona humilde que al final consiguió hacer una familia y tener una vejez feliz.
ResponderEliminarUn abrazo
Ay qué bonito. Mi padre tuvo un Renault 4 antes de casarse.
ResponderEliminarFeliz día.
ME GUSTA LEERTE
ResponderEliminar¡Que bonito y que bien acaba querido Matás!
ResponderEliminarEste hombre tuvo suerte y gracias a los que le echaron una mano.
Un relato muy bueno- Que pases un buen fin de semana.
De siempre me han gustado los relatos con final feliz.
ResponderEliminarAl final tuvo su recompensa ante tanto sacrificio.
Hoy en día se están extinguiendo los pastores, por estas tierras castellanas cada vez se ven menos rebaños.
Cariños.
Kasioles