En un pequeño pueblo de la España profunda había tres personas influyentes el alcalde, el
cura y el maestro.
El alcalde era Ceferino,
llevaba mas de treinta años en el cargo y nadie se atrevía a quitarle el
puesto, también era el terrateniente del pueblo, las mejores
fincas de las inmediaciones le
pertenecían, era orgulloso, prepotente y mujeriego, pero tenia una cosa buena,
le daba trabajo a casi todo el pueblo.
No se llevaba bien con el
maestro, tampoco con el cura que conocía sus andanzas y cuando este se cruzaba
con el, lo miraba de reojo y no precisamente para darle bendiciones.
Al alcalde le gustaba mucho
visitar a su amigo Paco, pero las
visitas las hacía sabiendo que estaba
sola su mujer, ya que Paco estaba todo el día
trabajando en el bar del pueblo que también era de su propiedad.
Paco estaba ya con la mosca
tras la oreja, le habían llegado rumores que los jueves en su casa siempre tenía visita, hasta que un jueves le dijo al único parroquiano que tenía que
cerrar para ir a un recado.
Cuando llegó a casa se
encontró a los adúlteros en una situación bastante incómoda para los tres, en
ese momento Paco se quedó inmóvil, no
sabía que decir, al fin le dijo al alcalde
- si no fueras mi jefe te ibas a enterar, el alcalde le contesto - si le hubieras preguntado a tu mujer con
que dinero te compró el tractor que usas en las olivas, hoy estarías a esta
hora en la cantina sin hacer preguntas,
Paco dudó y marchó al bar.
Unos meses después Paco
había prosperado, gracias a su mujer se había convertido en el nuevo propietario del bar, había contratado un empleado y el se paseaba por el pueblo con un flamante Mercedes, otro nuevo regalo de su mujer.