Hace
tres años que comencé este blog sin
mucho ánimo de continuidad, pero aquí sigo con mis reflexiones, relatos y
algunas fotos. Este comienzo de año (sin que sirva de precedente) traigo el
primer relato que publique en el blog en
enero de 2017, agradeciendo mucho vuestras visitas y comentarios, a la vez que
os deseo un Feliz Año 2020.
A los diez años Alfredo ya ayudaba a
su padre en las tareas del campo, trabajo duro para un niño, a los catorce
comenzó a trabajar de aprendiz en una fabrica de cementos, fue entonces
cuando se dio cuenta de la dureza de la vida, diez horas diarias en
el tajo por quinientas pesetas al mes, un jefe tirano y egoísta que
trataba a sus empleados con un despotismo supino que estos soportaban con
resignación, era lo que había, encontrar un trabajo en aquel tiempo no era
tarea fácil y esos pequeños ingresos eran un soporte para el hogar familiar.
Por aquellos años ni Alfredo ni sus
amigos tenían idea de políticas, ni de amoríos, aunque a los 17 años
comenzaban a tontear con las mozas, eso si, nada de besos ni carantoñas, no
eran tiempos de bacanales, se limitaban a dar paseos o ir al cine, pues la paga
semanal no le daba ni para ir a la primera discoteca que por aquellos años se
inauguró en la ciudad.
A pesar del trabajo en semi esclavitud, los años que precedieron a la mili
fueron los más felices, sobre todo cuando comenzó a cortejar a la joven que mas
adelante sería su compañera y con la que actualmente convive. Alfredo vivió con
intensidad aquellos años donde comenzaba el boom de la música moderna, con
nuevos grupos musicales españoles, que conseguían la fama grabando
esos discos de música simplona y pegadiza con la que lograban la canción
del verano. También se llenaban los cines con los western de Clint
Eastwood o las comedias de Alfredo Landa, que no destacaban por su calidad,
pero rompían las taquillas.
Unos años mas tarde fue llamado a filas,
el servicio militar, o la puta mili como la llamaron algunos, donde sería
perjudicado en dieciocho meses y bastantes vejaciones por
trescientas al mes, que no le daban ni para tabaco.
De la historia mas reciente solo sabía que
unos años atrás había habido una guerra de la que nadie hablaba, era como algo
tabú, tampoco percibía que vivía en una dictadura, pues era lo único que había
conocido.
A los 24 años tras la muerte de su
padre, se hizo cargo de las labores del campo, un huerto y unos
cuantos animales que incrementó con los años y le permitieron vivir
modestamente hasta la jubilación.
Hoy Alfredo, es uno de tantos jubilados
que recuerda sus vivencias, sus penurias y sus escasas alegrías, reconoce que
la calidad de vida ha mejorado notablemente y con su modesta pensión, intenta
realizar esos propósitos que nunca pudo en el pasado.