lunes, 17 de abril de 2017

Mis primeros diez.

En un pequeño pueblo de la España profunda, mes de Septiembre de 1957, todavía eran años de hambre, mis hermanos me habían hablado ya de la escuela, pero no  imaginaba lo mal que lo iba a pasar en aquel lugar.

La escuela era una planta baja de una edificación antigua rectangular, diáfana de unos ciento cincuenta metros, los mas pequeños nos sentábamos en unos bancos corridos en la parte delantera, detrás había pupitres donde se sentaban escalonadamente los mayores, desde los siete hasta los catorce años, aunque en muchos casos los padres los sacaban de la escuela  antes para enviarlos al trabajo en el campo. 

El maestro era un personaje terrible que se pasaba las clases sacudiendo con una vara a los alumnos, en muchas ocasiones con un ensañamiento descomunal, aplicando a la perfección el dicho (la letra con sangre entra),  

Utilizábamos una sola enciclopedia para todos, donde venían todas las materias, los mas pequeños comenzábamos a escribir en una pequeña pizarra, los mayores utilizaban una pluma que mojaban en un tintero y un cuaderno con líneas paralelas para introducir el texto.

Las clases eran de Lunes a Sábado en horario de mañana y tarde, recorriendo a pié los dos viajes de ida y vuelta, unos 12 kilómetros diarios, menos los Jueves por la tarde que no había clase.

A las 11 de la mañana salíamos al recreo donde nos poníamos en fila para recibir un vaso de leche en polvo,  Al terminar  la clase por la tarde salíamos en fila para recibir una pequeña cuña de queso, años después me enteré que estos productos fueron una ayuda alimenticia norteamericana.

Tengo malos recuerdos de aquella escuela, por suerte solo fueron tres años, los siguientes fueron en una escuela en la ciudad donde el trato mejoró bastante, aunque a los maestros de vez en cuando también se les escapaba una guantá. Allí obtuve  el certificado de estudios primarios, para pasar seguidamente al instituto de enseñanza media.

Fueron mis primeros diez años, no se olvidan, quedaron marcados para siempre. 



6 comentarios:

  1. ¡¡Como ha cambiado el tiempo!! Ahora son los alumnos los que "sacuden" a los `profesores y si se descuidan, vienen los padres a ayudarles.
    Se ve que eres más joven que yo, pues en mis tiempos no había ni leche ni queso, el hambre la llevábamos puesta y volvía con nosotros a casa.
    Ahora que tenemos comida...no podemos comer...lo que son las cosas.
    Un abrazo Matías.

    ResponderEliminar
  2. Lo que vivimos en la infancia vive siempre en nosotros... Muy bueno el modo en que nos lo transmites...

    ResponderEliminar
  3. lo que se vive en la infancia no se olvida jamas y aveces nos marca de por vida, excelente tu entrada de hoy , saludos y feliz semana.

    ResponderEliminar
  4. Yo también llevé ese horario de colegio en mi infancia. El sábado dís normal y fiesta jueves por la tarde y domingo.
    Saludos.

    ResponderEliminar
  5. Llegué a probar el queso amarillo americano y la leche en polvo, que no podía con ella, y hasta algún año la Enciclopedía Álvarez, aunque enseguida pasamos a preparar el Ingreso para el Bachillerato. Soy algo más joven.

    Las monjitas si te portabas mal, yo me portaba mal, te daban algún regletazo en la palma de la mano y te castigaban de rodillas.

    Qué tiempos oscuros aquellos. A los 12 pasé de vivir un pueblo pequeño de Castilla a Barcelona y fue como salir de una película en blanco y negro con rayajos a una en Tecnicolor.

    La infancia no siempre es un paraíso.

    Un beso,

    ResponderEliminar
  6. Yo en cambio la Primaria no la recuerdo con el ceño fruncido. Fue una etapa complicada pero por otras razones, pero no fue demasiado mala en cuanto al colegio. En cambio la Secundaria y sobre todo la profesora de Religión... seguro que anda por los infiernos de la materia que daba.

    Abrazo Matías.

    ResponderEliminar